De acuerdo con algunos analistas, eso le daba un margen al PRI de aspirar a encabezar un gobierno de alianza, si Paredes derrotaba en la asamblea de partidos (PRI, PAN y PRD) a Gálvez, pues las encuestas -ganadas por la panista- no deciden por sí mismas la candidatura y representan el 50 por ciento de la votación total. El otro 50 la asamblea de partidos.
Para completar el triunfo, según las reglas, Gálvez habría tenido que confrontar a su adversaria en un auditorio diferente, es decir, ante una militancia heterogénea donde presuntamente el PRI y el PRD mayorearían las acciones y los delegados habrían podido favorecer a Paredes por su trayectoria, y dotes de estadista ausente en su rival.
El PRI ni siquiera intentó usar esa oportunidad. Las expectativas crecieron el lunes cuando su presidente, Alejandro Moreno, se adelantó a los acontecimientos y dio a entender que declinaría en favor de Xóchitl.
Ello provocó una reacción inmediata de la veterana política quien lo desmintió y declaró que estaría en la batalla hasta el final, es decir, que participaría en la última secuencia del acto: la asamblea de los partidos programada para el próximo domingo.
Evidentemente ya todo estaba acordado entre él, el dirigente nacional del PAN, Marko Cortés, y el del PRD, Jesús Zambrano, con la mediación de Claudio X, para dejar fuera del juego a Paredes, declinar a favor de Xóchitl, y no se llegara a esa escena final.
Los dirigentes de los tres partidos se movilizaron rápidamente, y en una reunión de dos horas, según periodistas, convencieron a la diputada priista para que bajara el escudo y se inclinara ante la senadora.
Moreno se encargó del anuncio pero en la foto de la euforia no aparece a su lado Paredes.
Cuáles fueron los compromisos y por qué una veterana de posibilidades declinó ante una persona con mucho menor carisma, experiencia y trayectoria que ella, puede ser que algún día más temprano que tarde se conozca, pero cualquier cosa al respecto ahora es pura especulación.
Lo que deja claro el paso de Moreno y del PRI a favor del PAN en la aspiración más alta de un partido, que es llegar a la presidencia de la nación, es que la contienda del 2 de junio de 2024 es más trascendente que lo imaginado para cada contendiente.
Estos comicios se darán en un México muy diferente al de 2018 porque se trata de un sexenio que ha incorporado al país muchas de sus fortalezas perdidas, y aunque no hay cambios estructurales, la transformación en la superficie es muy perceptible y sus beneficios están presentes en millones de familias que han logrado un nivel de bienestar histórico.
Eso ha elevado la moral y la autoestima del mexicano y ello podría significar que al elector de hoy no le valgan ya promesas electorales como antaño, e incluso ni la venta de sus votos, que era muy común y masivo, lo cual no quiere decir que alguien lo venda.
Pero en general, el elector actual está pidiendo compromisos tangibles, mantener e incluso mejorar lo que en estos momentos disfrutan, desde pensiones y becas, hasta salud y educación gratis, pasando por otros beneficios como altos niveles de empleo, aumento salarial y gasto social en obras imprescindibles como las de infraestructura.
Los campos, por lo tanto, están definidos: no es una batalla entre partidos o candidatos, aunque sean los protagonistas, sino entre dos visiones diferentes de interpretar a México y su futuro.
Quien pretenda abanderar el país debe hilar muy fino para que un hipotético fracaso en ese empeño, no arrastre al abismo solamente al aspirante.
En tal caso, es bueno recordar la máxima del general Omar Torrijos: “En política no hay sorpresas, sino sorprendidos”.
Tomado de PL